Documentos Pastorales

Convocatoria del Sínodo Permanente de los Obispos al cumplirse tres años de la invasión rusa a gran escala

Publicado el 25-02-2025

Por ocasión de los tres años de la brutal invasión rusa al territorio de la nacion de Ucrania, su Beatitud Sviatoslav, junto con el Sinodo permanente de la Iglesia Greco Católica Ucraniana, redactó para todos esta Carta, recordando los horrores de la guerra y llamando a todos a la solidaridad, de modo especial en este día, cuando en toda Ucrania reza por la fin de la brutal guerra provocada por el “imperio” ruso. Sepamos leer y actuar, a través de nuestra oración y divulgación al mundo de lo que es la guerra y lo que podemos realizar para disminuir sus consecuencias entre los ucranianos y el mundo.

En oración y solidaridad.

 

Mons. Daniel

 

 

CONVOCATORIA

del Sínodo Permanente de los Obispos de la Iglesia Greco-Católica Ucraniana a todos sus fieles recordando el tercer año de la brutal agresión rusa contra el territorio y la población de Ucrania.

 

Hace tres años, los ucranianos se despertaron con las explosiones y los llamados de familiares preocupados uno con los otros, pronunciando palabras terribles: «Ha estallado la guerra». Al amanecer del día 24 de febrero de 2022 sonó la primera alarma antiaérea, y desde entonces no ha cesado durante 1097 días y noches consecutivos.

En estes tres años, los ucranianos han aprendido a vivir diariamente con las atrocidades de la guerra. El sonido de las sirenas ya no nos aterroriza como al principio: el sonido de las sirenas se ha convertido más bien en una advertencia, la indicación de que se debe tomar una actitud. La mayoría de nosotros ya sabemos dónde está el refugio más cercano y cuánta batería le queda a nuestros teléfonos. Planificamos nuestras vidas teniendo en cuenta los cortes de electricidad. Las empresas, grandes y pequeñas, se adaptan y cambian con increíble creatividad. Los militares, los profesionales de la medicina y los equipos de rescate perfeccionan cada día su rapidez y eficacia. Las familias separadas por las fronteras siguen unidas y apoyándose mutuamente.

Sin embargo, no estamos acostumbrados a la guerra. No podemos acostumbrarnos al mal ni aceptarlo. Somos más fuertes que la mañana del 24 de febrero de hace tres años. No hemos aceptado nuestras pérdidas. Cada víctima de la guerra es un dolor para todos. Cada víctima vive en la memoria de Dios y de la gente. Recordamos y rezamos. Ayudamos y apoyamos. Luchamos y aprendemos a ser personas con la dignidad que Dios nos ha concedido. Nunca renunciaremos a esta dignidad, y nadie nos la arrebatará.

La destrucción, las pérdidas y las heridas son enormes. Aunque la guerra termine hoy, llevará décadas para reconstruir 3.500 instituciones educativas, más de 1.200 hospitales, 670 iglesias, miles de kilómetros de carreteras, cientos de miles de hogares, centrales eléctricas y empresas industriales.

Será aún más difícil restablecer y sanar la vida de las personas mutiladas por la guerra. No es sólo nuestra tierra la que ha quedado destrozada por los cráteres de las bombas, minas y proyectiles. Decenas de miles de soldados y civiles han resultado gravemente heridos, y cientos de miles están marcados por profundas heridas emocionales. Decenas de miles de nuestros hijos han sido secuestrados en Ucrania, y hoy están siendo educados en el odio. Harán falta esfuerzos extraordinarios para devolver a su patria a casi siete millones de refugiados y facilitar el regreso seguro de cuatro millones de desplazados internos, para que puedan volver a tener un hogar: un lugar seguro, cómodo, con amor familiar y cálido.

Sin embargo, no nos hemos convertido en una sociedad de guerra, sino en una comunidad filantrópica, generosa, desprendida. Ucrania se encuentra entre los diez países con mayor número de organizaciones beneficiarias en el mundo. Cientos de miles de ucranianos – hombres y mujeres, jóvenes y ancianos – se levantaron para defender su patria, sus valores y el don de la vida que el enemigo intenta arrebatar. Muchos ya no podrán retornar a la convivencia de sus familiares, parientes y amigos. En todo el país, las banderas amarillas y azules junto a las tumbas en los cementerios nos recuerdan el amor y donación de las víctimas y nuestra gratitud. Millones de personas hacen donaciones cada día, y la palabra «colecta» se ha vuelto tan familiar como «el retorno». La segunda trae muerte, la primera trae vida.

Ucrania se ha convertido en la tierra en el camino de la cruz. Como cristianos, sabemos adónde conduce: a la Resurrección, a la plenitud de la vida en libertad y dignidad, como hijos y pueblo de Dios.

La guerra pone a prueba toda nuestra humanidad.  Hoy, los ucranianos hacen el sacrificio y la entrega en la lucha contra los que siembran el mal y la muerte. Gracias a este sacrificio, estamos en pie. Damos las gracias a Dios por todo y todos. Con respeto y profunda gratitud, apoyamos y rezamos por nuestros defensores, dondequiera que se encuentren: en el frente o en la retaguardia, en cautiverio o en los hospitales. Ellos y sus familias están bajo el manto protector de las oraciones de los fieles en toda la Iglesia.

Estamos de pie gracias a las personas de buena voluntad que siguen apoyándonos. En nombre de todos los obispos de nuestra Iglesia, expresamos nuestra gratitud a los católicos de todo el mundo, países, pueblos, políticos, organizaciones caritativas, periodistas y médicos que nos han acompañado durante tres años y siguen con nosotros. Hemos sentido vuestra amabilidad y solidaridad. Gracias por vuestras oraciones, palabras y acciones. La gracia de Dios es nuestra fortaleza.

Ucrania sigue necesitando tu voz y tu solidaridad. Cuando el mundo habla de acuerdos de paz, tenemos que recordarlo: Ucrania no es un territorio, es un pueblo, una nación. Por su soberanía, dignidad y libertad dan la vida nuestros mejores hijos e hijas. Del mismo modo, los ucranianos se sacrifican por la dignidad y la libertad de otras naciones. Esta heroica dedicación nunca debe ser olvidada, devaluada o traicionada.

La invasión de Rusia está trayendo muerte, la ruina y la destrucción de la libertad religiosa. Hoy, en los territorios ocupados, nuestros hermanos y hermanas en la fe -representantes de diferentes confesiones – son prisioneros del criminal agresor. Los ocupantes ya han asesinado a 67 pastores de diversas confesiones e iglesias. Decenas han sobrevivido al cautiverio o siguen siendo castigados en las cárceles. La historia nos enseña que cada vez que Rusia ocupa Ucrania, nuestra Iglesia es perseguida y prohibida. Así ocurrió en los siglos XVIII y XIX, en 1946, y sigue ocurriendo ahora. Estamos obligados a ser la voz de los perseguidos, para que la fe, la dignidad y la libertad de los ucranianos no se conviertan en moneda de cambio en ningún acuerdo de paz. Debemos repetir que la paz sin justicia es imposible. Un alto al fuego injusto es una burla criminal que conducirá a errores e injusticias aún mayores.

Queremos decir al mundo entero que los ucranianos creemos en la victoria de la verdad de Dios. En medio del dolor, pérdidas y destrucciones, somos y seremos siempre un pueblo de esperanza. Creemos en la Resurrección porque lo sabemos: Dios está con nosotros y con todos los que son hostigados, perseguidos, los que lloran y sufren. Depositamos toda nuestra esperanza en Él. Por eso seguimos en pie, luchando y rezando.

Sabemos que un día vamos a recibir la noticia: “La guerra ha terminado”, y entonces, elevaremos nuestras oraciones de acción de gracias al trono del Todopoderoso.

¡Cristo ha resucitado!

¡Ucrania resucitará!

 

 

† Sviatoslav

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